El populismo de derechas aprovecha que la democracia es lenta.
Un peligroso fenómeno está permeando el Viejo Continente, durante al menos dos décadas, la derecha extrema ha venido luchando para tomar un papel protagónico en el contexto mundial, una muestra de ello se vivió en las pasadas elecciones de la Unión Europea, pese a que las libertades sociales conseguidas durante varias décadas estén en riesgo.
El impacto dio de lleno en Francia, uno de los países líderes en la Unión Europea, al grado de que el presidente Emmanuel Macron decidió adelantar elecciones para reforzar la fuerza de su gobierno, pero parece que la maniobra política no saldrá como él esperaba, según los sondeos la derecha extrema es favorita para ganar en esos comicios legislativos.
En la década de 1960, el porcentaje del voto populista apenas alcanzaba el 5.4 por ciento, en los pasados comicios europeos, del 9 de junio, lograron más del 20 por ciento del electorado, aunque no son mayoría su crecimiento viene tomando mucha fuerza en cada disputa electoral en la que se presentan.
Formaciones ultranacionalistas como Agrupación Nacional en Francia, Alternativa para Alemania o Vox (en España) se han convertido en fuerzas relevantes en el parlamento de Estrasburgo. Sus representantes se han alzado con la victoria en Francia, Italia, Austria o Hungría, y han quedado en segunda posición en Alemania, Polonia o los Países Bajos.
Tratándose de partidos que reclaman una devolución de soberanía a los estados, las consecuencias para la Unión Europea se antojan existenciales. Sin ir más lejos, en el futuro preñado de obstáculos a las medidas para frenar y revertir el mayor desafío de nuestra civilización, el cambio climático, la mayoría de los ultraconservadores son incrédulos de los efectos del calentamiento global.
Hay razones estructurales de más largo aliento que explican el repunte de la ultraderecha en Europa y el mundo. Tienen que ver con nuestra relación postmoderna con el tiempo. Habitamos un mundo movedizo en el que todo discurre a velocidad de vértigo.
La revolución en nuestra vida cotidiana da fe de ello: comemos fast food –comida rápida– y vestimos fast fashion –moda rápida–; escuchamos mensajes de voz y podcast a 1.5 de velocidad; queremos nuestro pedido en la puerta de nuestro domicilio, a ser posible mañana; la más mínima duda o curiosidad nos la satisface al instante un buscador, sorteando de paso cualquier tipo de interacción personal para satisfacerla.
Hace tiempo que la economía capitalista, desatada por naturaleza, fía su curso a golpe de clic desde Wall Street, Londres o Shanghái. Eso por no hablar de las transformaciones vividas en la familia o el trabajo, ámbitos en los que reina la contingencia y la transitoriedad. Allá donde dirijamos la mirada, rige el principio de que el tiempo es oro; rige la aceleración de los ritmos vitales.
El populismo de derechas aprovecha que la democracia es lenta por definición y que se muestra cada día más incapaz para establecer marcos regulatorios que aborden con celeridad los problemas que angustian a la ciudadanía.
Ninguna otra corriente ideológica ha reparado en el alcance que tiene la desincronización entre la política democrática, con sus tiempos decisorios dilatados, y la economía y la sociedad, con sus tiempos cortos, e incluso instantáneos. La explotación de este nicho vacío ha reportado al populismo un filón de votos.
Por eso, la respuesta populista de derechas a una política rezagada pasa por la oferta de atajos. En un contexto en el que las nuevas tecnologías de la comunicación hacen de la paciencia una virtud cada vez más rara, el populismo apuesta por una política de la prisa y la simplicidad.
Ante el flujo migratorio ofrecen la solución expeditiva del sellado de las fronteras; en realidad la violencia de género sería, sostienen, un invento de las elites, y lo que no existe no necesita remedio; o, ahora en clave española, el remedio al desafío del nacionalismo periférico es la prohibición de los partidos “secesionistas”, medida que contempla Vox en su programa, como si muerto el perro se acabó la rabia.
A todo esto se le debe sumar, el amplio trabajo que realizó durante varios años en Europa el artífice de la campaña del primer gobierno del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, el extremista Steve Bannon, quien tras salir del gabinete del magnate se mudó a Italia para difundir su ideología, que hoy está dando frutos políticos importantes.
Si bien los discursos de los partidos de derecha y extrema derecha varían en función de las problemáticas que enfrenta cada país, sí ha habido un mensaje en el que han coincidido: su rechazo a la inmigración, en particular a la proveniente de los países musulmanes. Aunque, tampoco es muy bien vista la migración de latinoamericanos, sobre todo, a España.
Inevitablemente, la derecha extrema ya está posicionada y temas como el derecho al aborto, migración, el castigo al maltrato machista, entre otras muchas regresiones son parte de la agenda política de esa corriente política, peor aún la mayoría de las personas que milita en esa corriente tiene un marcado racismo y ve a las mujeres en un papel subyugado. O usted ¿Qué cree?
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